Navarra se vio encerrada y rodeada por Castilla y Francia sin la posibilidad de expandirse en el siglo XV, cuando estaba bajo el poder de Juan III de Albret y Catalina de Foix, al igual que Bearne, Foix y otro territorios del norte de los pirineos. Sus recursos y su autoridad en Navarra se encontraban condicionados por dos bandos: los beamonteses y los agramonteses. Desde su coronación en 1494 habían vivido de forma táctica bajo el protectorado de Castilla y mantuvieron políticas de neutralidad hasta 1512, en la guerra hispano-francesa de la Santa Liga.
Por el tratado de Blois, Luís XII supo acercarse a los reyes de Navarra con promesas. Aprovechando el desembarco de un cuerpo del ejército inglés a Guipuzcoa, el católico ordenó al duque de Alba entrar a Navarra, pero la inmediata rendición de Pamplona, la retirada de los reyes de Bearne, y la facilidad con la que venció a los residentes locales, decidió usurparle el título de "rey de Navarra" en lugar de completar la ocupación de ciertas tierras.
Probablemente, como el caso de Nápoles, esta era una conquista largamente soñada por Aragón. Fernando consideró su derecho sobre Navarra, que procedía de una conquista alabada por la Santa Sede, contra unos reyes cismáticos, y como un propietario decidió ante la Corte de Burgos (1515) dar su reino a Juana e incorporarlo a Castilla, y no a Aragón, lo más sensato si quería mantener una autoridad fuerte.
En 1516 muere Fernando el Católico y su nieto Carlos I tuvo que hacer frente a la situación.
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